Duelos y
pérdidas
La propia muerte: el
proceso de morir
Para
los seres humanos es muy difícil admitir el hecho de estar solo, uno de los
grandes desafíos de la vida es aceptar y acostumbrarse a la soledad. El
concepto de soledad se comprende de diferente manera de acuerdo al contexto
familiar, social y cultural en el que se desenvuelve el sujeto.
El
temor a estar solo comienza desde muy
temprana edad. Cuando un sujeto nace depende de alguien para sobrevivir y
cuando crece nadie le enseña que la etapa de dependencia para la supervivencia
ha pasado y que no es necesario tener a alguien a un lado para subsistir. La mayoría
de las personas crecen con una idea equivocada y buscan siempre tener a alguien
a su lado para asegurar su supervivencia. Generalmente se busca estar rodeado
de personas y siempre tener algo en que estar ocupado para evitar estar a solas.
Las
personas van pasando de una relación a otra, buscado siempre estar acompañadas sin
importar si son felices o no. Sin embargo, esto es solamente utilizado como una
evasión a la soledad, intentando encontrarse y complementarse por medio de
alguien más. Es un reto aceptar que uno nace solo y de la misma manera ha de
morir. Se debe aceptar que durante la existencia se conoce a mucha gente pero
en algún momento se tendrán que ir. Es difícil reconocer que las personas
solamente están con nosotros por un tiempo determinado y no siempre nos van a
acompañar.
Uno
de los más grandes miedos de los seres humanos es el temor a estar a solas o
ser abandonado, la mayoría experimenta una gran ansiedad ante este hecho. La
soledad nos atemoriza porque no estamos seguros de poder cuidarnos y satisfacer
nuestras propias necesidades. Nadie nos enseñó que nosotros somos los únicos
responsables de nuestra existencia.
La
necesidad de tener a alguien más que nos cuide es tan grande en la infancia que
cuando crecemos buscamos a otra persona para que supla el rol de nuestros
cuidadores. La forma en que nos relacionábamos de pequeños se proyecta con cada
relación que vamos formando y buscamos la
seguridad de ciertos lazos en las relaciones como adultos. Nos atemoriza perder
a las personas porque nos recuerda lo vulnerables que podemos llegar a ser. Esta
inseguridad nos puede llevar a pensar que si no tenemos a nadie más somos
inútiles y no encontramos ningún significado ni satisfacción a vivir si no se
comparte con otra persona.
En
nuestra cultura se le ha dado un significado erróneo a la palabra “soledad”. Generalmente
se asocia con abandono, aislamiento, separación y falta de contacto. Además de sentimientos
de desesperación, tristeza, dolor, angustia y pánico. Debemos de aceptar la
realidad de que siempre estaremos esencialmente solos; aun estando rodeados de
personas, cada quien esta solo interiormente y experimenta la vida de una
manera distinta a los demás. Vivimos solos con nuestro cuerpo, sentimientos y
pensamientos.
Nuestras
ideas erróneas y el temor a la soledad nos llevan a ver la muerte como un hecho
repugnante. Ninguna experiencia es más íntima y privada que esta, es el único
proceso en el que se estará real y completamente solo. La muerte debe ser vista
como una experiencia única para cada quien y vivirla interiormente, cuando
estemos muriendo también estaremos solos aun teniendo a muchas personas
alrededor.
La
muerte propia o la de alguien que creemos que necesitamos para sobrevivir nos
obliga a enfrentarnos con la temida soledad. Gran parte de la resistencia ante
la muerte se muestra en los esfuerzos por aferrarnos a alguien más en la vida,
sin tomar en cuenta las circunstancias.
Es
necesario admitir que cada quien es
capaz de cuidar de sí mismo y que estar solo no es una situación tan grave como
nos han enseñado; sino más bien nos brinda la oportunidad de apreciarnos y
conocernos a nosotros mismos. Solamente nosotros somos responsables de nuestra existencia,
si cada quien aprende a cuidar de sí mismo y no le delega la responsabilidad a
alguien más, será más fácil aceptar cualquier pérdida, ya que cuando alguien se
va no se lleva ninguna parte nuestra y podemos continuar viviendo aunque
hayamos sufrido la pérdida de dicha persona.
Una pérdida en nuestra vida debe de ser vista
como una oportunidad de trascender, analizando las oportunidades que nos brinda
este cambio y encontrado la fortaleza interior que nos lleve a vivir por
nosotros mismos. Si logramos enfrentar
las emociones y nos permitimos expresarlas sin poner resistencia alguna, la
propia muerte será más fácil.
Generalmente,
las personas mueren en la forma en que vivieron y ven la muerte con la misma
actitud que ven la vida. Cuando se vive de una manera libre y abierta para
expresar los sentimientos es probable que la muerte sea un proceso fácil de
asimilar. En cambio, si la persona no se permite sentir y expresar emociones,
es casi seguro que la muerte será un proceso difícil y doloroso.
Desde
el nacimiento se van estableciendo los mecanismos de defensa que utilizamos
para reaccionar ante determinadas situaciones y protegernos del peligro
emocional. Estos permanecen iguales durante toda la vida y solamente cambian
hasta que se llevan a un nivel consciente. La negación es uno de los primeros
mecanismos de defensa que se utilizan para hacerle frente a la muerte, protege
a la psique de la idea de abandonar la vida en cualquier momento.
Aunado
a la negación puede ir la esperanza, nos ayuda a sobrellevar el dolor creyendo
en la idea de que existe un futuro significativo, sin importar que tan largo y
prometedor sea. Desde que se recibe la noticia de la muerte hasta que se llega
a la aceptación, la persona tiene la esperanza de que cualquier cosa, falsa o
real, podría suceder para cambiar el rumbo de su vida. Esto ayuda a asimilar la
idea de morir.
Todos
los seres humanos tenemos sueños, planes y metas por alcanzar a lo largo de la
vida, para lograr renunciar a ellos se necesita transitar por un proceso de
reajuste que finalmente lleve a aceptar la realidad. Durante este proceso se
debe cumplir con las metas más accesibles y renunciar o cambiar las que
parezcan imposibles; de esta manera, la persona se desprende poco a poco de los
objetivos de la vida diaria y sus expectativas cambian para esperar la
liberación del dolor físico y alejarse de todas las presiones que implica el estar
vivo.
El
proceso de muerte es visto de diferente manera dependiendo de la edad y la
madurez emocional. A diferencia de los adultos, por ejemplo, los niños expresan
libremente sus emociones. Conforme vamos creciendo la sociedad nos prohíbe expresar
las emociones abiertamente, haciéndonos actuar de una manera más racional. Generalmente
reprimimos la expresión emocional, no sabemos qué sucederá si nos expresamos
libremente hasta que los sentimientos se acumulan y nos hacen actuar de una
manera inesperada. Con la madurez se va adquiriendo mayor autoconocimiento y
apego emocional. También cambian las expectativas y metas; no espera lo mismo
un niño que un anciano, ni un adolescente se preocupa por las mismas cosas que un
adulto.
Independientemente
de la edad, es importante que como seres humanos aceptemos y vivamos libremente
todas nuestras emociones. Esto nos hará mucho más fácil atravesar por el
proceso de duelo; se deben de aceptar y expresar los sentimientos, eliminando
las etiquetas que la sociedad nos impone al hacernos creer que las emociones
son “buenas o malas”. Si nuestras
emociones están integradas podremos acceder a un mayor autoconocimiento y
autoconciencia y, de esta manera, la muerte puede ser vista como un proceso
normal por el que se debe de pasar después de haber vivido plenamente.
Cuando
un ser humano alcanza la madurez emocional es capaz de aceptar que si la muerte
le llega a todo el mundo, él no será la excepción. Se debe de tener plena
conciencia de que en algún momento tendremos que dejar de vivir y cuando llegue
el momento estar preparados para poder reorganizar los planes, objetivos,
sueños y todo lo relacionado con la vida que se va a abandonar.
El
manejo del conocimiento de la muerte propia implica enfrentar el miedo a dejar
la vida en la forma en que se ha conocido y vivido hasta ahora. Habrá que tomar
las decisiones necesarias, resolver los problemas, corregir errores y aclarar
los puntos pendientes en las relaciones para afectar lo menos posible a los que
sobrevivirán después de nuestra muerte.
Para
aprender a morir es necesario aprender a vivir. Se debe vivir de una manera
desprendida, aceptando y expresando los sentimientos sin ser apegados a nada ni
nadie. Si se vive de esta forma, el
momento en que suceda la muerte no tendrá importancia, pues se tendrá la plena
conciencia de que en algún momento la vida terminará yéndose.
Debemos
vivir la vida teniendo muy presente que se va a terminar en algún momento. Si
se ve a la muerte como un destino, entonces la vida será vista como la
preparación para llegar a ella y aprender a morir adecuadamente.
La
mayoría de la gente considera la muerte como una enemiga de la vida, desde este
punto de vista, será necesario combatirla y verla como un acontecimiento
repugnante al que nadie quiere acercarse. Si se trata de luchar contra la
muerte es como luchar contra el propio origen y el destino, se convierte en una
lucha sin sentido porque es inevitable que suceda. Vida y muerte es un binomio
que nunca se podrá separar. Una persona que teme a la muerte se aferrará
demasiado a la vida y no podrá vivir buscando un verdadero sentido y
significado a su existencia.
La
pérdida más absoluta y contundente es la muerte de uno mismo, es imposible ser
un observador pasivo ante el propio sufrimiento por eso es necesario dejar que
lastime para poder sentir y lograr superarlo. La relación más intensa que
tenemos y, generalmente, más confusa es con nosotros mismos. La relación
emocional que tenemos con los demás es proporcional a la dependencia que
tenemos entre nosotros. Esta dependencia se basa en necesidades básicas de
sobrevivencia, incluyendo aspectos físicos y emocionales. El temor de cada pérdida
significativa en nuestra vida se produce por la amenaza que representa para
muestra sobrevivencia. Es como si se perdiera una parte de nosotros mismos
ocasionando un miedo a no lograr sobrevivir sin ella.
Así
pues, en la vida siempre habrá dolor, nos encontramos en constante cambio
y cuando se presenta un acontecimiento
crítico generalmente tratamos de negarlo y nos resistimos a aceptarlo. El
cambio es visto como un enemigo para la estabilidad y pensar en lo que vendrá después
de este, generalmente nos produce ansiedad y resistencia. Debemos modificar las ideas que nos han
inculcado desde el nacimiento, la sociedad solo quiere escuchar palabras
agradables y cómodas que le sirvan de consuelo pero es necesario expresar y
sentir las emociones logrando una vida desprendida para que nuestra muerte sea
una buena experiencia.
Referencia:
-
O´Connor, N. (2008).
Dejarlos ir con amor: la aceptación del duelo. México: Trillas.
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