Arquetipo se define como “un
modelo que mejor representa algo”. Jung
utiliza este término en la psicología, tenía la teoría de que las sociedades de
todos los pueblos también tienen un inconsciente, como si todos los seres
humanos tuviésemos una sola mentalidad,
esto lo definió como “inconsciente colectivo”. Para Jung, los arquetipos
son las ideas en común que tenemos las personas aunque no compartamos la misma
cultura.
Jung distinguía
entre arquetipos e imágenes arquetípicas. Los arquetipos mismos carecen de
forma y no son visualizables; "el arquetipo, como tal es un factor
psicoide que pertenece, por así decir, al extremo invisible y ultravioleta del
espectro psíquico". No pueden comprenderse directamente por análisis
intelectual, el intelecto no puede contenerlos ni alcanzar las profundidades de
sus múltiples significados, sólo podemos sentirlos cuando se llenan de
contenido individual.
En realidad, lo que llega a nuestra consciencia son siempre las
imágenes arquetípicas, o sea manifestaciones concretas y particulares de los
arquetipos. Pueden llegar a través de sueños, sensaciones, imágenes o palabras,
y suelen ser percibidas como independientes de nuestra experiencia personal. A
veces llegan como algo nuevo, desconocido, y esto hace que su impacto sea muy
poderoso.
Las imágenes arquetípicas están conectadas con el pasado y también
con el futuro. Por eso son transformadoras. Jung decía: "el Yo no sólo
contiene el depósito y la totalidad de la vida pasada, sino que también es un
punto de arranque, el suelo fértil a partir del cual brotará toda vida
futura". De este modo las imágenes pueden funcionar como guía, como líneas
indicadoras que nos muestran el camino, aunque sin obligarnos a seguirlo.
Además de la capacidad de intuir, Jung también reconoce en los
arquetipos la posibilidad de hacerse con todo el control de la psique y
"poseer" al individuo. De hecho, cuando un arquetipo se expresa de
forma inconsciente, puede poseernos y determinarnos, mostrando en la mayoría de
los casos su faceta negativa; mientras que si lo acercamos al consciente
aprendemos de él, recuperamos el poder de elección, podemos adecuarlo a nuestra
individualidad, ampliar nuestro potencial y expresarlo de la forma que nosotros
prefiramos.
Así pues, los arquetipos son los arquitectos de nuestra vida.
Desarrollar la visión simbólica y arquetípica nos ayuda a comprender nuestra
existencia y nuestro objetivo vital. Permite también ver la vida con un grado
de claridad espiritual que ayuda a curar heridas emocionales y espirituales
acumuladas. Y hace posible sentir la guía divina en nuestra alma.
Jung denominó como el arquetipo de “La Sombra” a todos los aspectos ocultos o inconscientes del individuo,
tanto positivos como negativos, que éste conscientemente ha reprimido o nunca
ha reconocido para sí.
“La sombra representa cualidades y atributos
desconocidos o poco conocidos del ego tanto individuales (incluso conscientes)
como colectivos. Cuando queremos ver nuestra propia sombra nos damos cuenta
(muchas veces con vergüenza) de cualidades e impulsos que negamos en nosotros
mismos, pero que podemos ver claramente en otras personas”.
En términos jungianos, la sombra representa esa especie de
universo paralelo que conocemos como el inconsciente, ese cúmulo de información
sensible que yace sepultado en nuestro interior mientras ejerce la habilidad de
eludir la luz de la conciencia, a la que dicta múltiples rasgos de nuestra
personalidad. Jung la concebía como una manifestación dual, cuya naturaleza
emanaba cualidades tanto negativas como positivas.
La sombra se compone de deseos reprimidos e impulsos incivilizados
que hemos excluido de nuestra auto imagen, de cómo nos vemos a nosotros mismos.
Estas motivaciones son percibidas como moralmente inferiores para el “ideal” de
lo que creemos que somos, también depositamos en la sombra fantasías y
resentimientos.
en general la sombra abarca todas aquellas cosas de las cuales uno
no se siente orgulloso. Estas características no reconocidas en uno, a
menudo se perciben en los demás a través del mecanismo de proyección, que
consiste en observar las propias tendencias inconscientes en otras personas.
Debido a la dificultad de reconocer y aceptar nuestra propia sombra, este
mecanismo de proyección es una de las formas más recurrentes y negativas de no
trabajar los propios defectos y adjudicar éstos sólo a los demás.
El ser humano proyecta, en un mal anónimo que existe en el mundo
exterior, todas las manifestaciones que salen de su sombra, porque tiene miedo
de encontrar en sí mismo la verdadera fuente de toda desgracia. Todo lo que el
ser humano rechaza pasa a su sombra que es la suma de todo lo que él no quiere,
pero debe ocuparse en forma muy especial de estos aspectos, pues al rechazar en
su interior un principio determinado, cada vez que lo encuentre en el mundo
exterior desencadenará en él una reacción de repudio.
Arquetípicamente la sombra se muestra como un personaje elusivo
que generalmente vibra en una frecuencia inferior. Una entidad oscura,
amenazante, cuya presencia por momentos nos desagrada y nos invita a la
negación.
La sombra está expuesta a contagios colectivos, debido a que el
individuo es seducido por el anonimato del grupo y se deja llevar por la masa
desenfrenada, en esta masa anónima, la personalidad puede expresar lo reprimido
o sus aspectos no reconocidos bajo el amparo y aprobación del grupo.
El emprender este difícil camino de enfrentar, reconocer, integrar
y trabajar con nuestra sombra es necesario para el conocimiento y realización
total de uno mismo, proceso al que Jung denominó el proceso de individuación.
La confrontación de la conciencia con su sombra es una necesidad terapéutica y,
en realidad, el primer requisito para cualquier método psicológico completo.
Vale la pena pasar por este proceso de llagar a un acuerdo con “El Otro” que hay en nosotros, porque
así logramos conocer aspectos de nuestra naturaleza que no aceptaríamos, que
nadie nos mostrará, y que nosotros mismos jamás admitiríamos.
Enfrentarse a la sombra contempla trabajar e integrar ambos lados:
aquellas cualidades y actividades de las cuales uno no se enorgullece, y nuevas
posibilidades que uno nunca supo que estaban ahí. Cuando aprendemos a reconocer
nuestra sombra y a vivirla un poco más, nos volvemos más accesibles, naturales,
y humanos, nos integra al grupo y dejamos de estar sobre él, para ser humanos
entre humanos en una relación natural.
El encuentro con nuestra sombra es un requisito ineludible en el
proceso de alcanzar la plenitud. Una vez que aceptemos la totalidad de los
ingredientes que nos conforman, entonces realmente podremos purificar la
formula y re-programarla hacia una existencia plena. Jung afirmaba que a partir
del momento en que nos encontremos de frente con nuestra sombra, entonces
seremos inmunes a cualquier sentimiento de culpa, miedo o vergüenza. Atravesar
ese velo es la misión fundamental de todo personaje protagónico (y recordemos
que todos somos héroes de nuestra propia narrativa).
“Todos
cargamos una sombra. Y entre menos se encuentre fusionada con la vida
consciente del individuo, más oscura y densa es.”